En el zapatero de la entrada de mi casa guardo unas sandalias que no están rotas, la cosa es que podrían estarlo en cualquier instante. Son, por tanto, mitad sandalias, mitad gato de Schrödinger. La cuestión es la siguiente. Aparentemente todo está bien. Las tiras permanecen, la estructura aguanta mi peso, incluso mi avance por el asfalto. Pero si miro con atención, si tiro con suavidad para poner a prueba su solidez, veo que la sujeción de la tira empieza, timorata, a despegarse de la base. Poco. Casi nada, pero lo suficiente para hacerme desconfiar.
Sandalias de Schrödinger
Sandalias de Schrödinger
Sandalias de Schrödinger
En el zapatero de la entrada de mi casa guardo unas sandalias que no están rotas, la cosa es que podrían estarlo en cualquier instante. Son, por tanto, mitad sandalias, mitad gato de Schrödinger. La cuestión es la siguiente. Aparentemente todo está bien. Las tiras permanecen, la estructura aguanta mi peso, incluso mi avance por el asfalto. Pero si miro con atención, si tiro con suavidad para poner a prueba su solidez, veo que la sujeción de la tira empieza, timorata, a despegarse de la base. Poco. Casi nada, pero lo suficiente para hacerme desconfiar.