Vivir por segunda vez
Ahora que, por esas cosas que tiene la vida, me sorprendo saboreando las mieles del éxito en Wallapop y otras plataformas de venta (y recuperando de paso parte de lo malgastado en épocas consumistas, pero ese es otro tema), una reflexión me ronda con frecuencia. ¿Qué pasaría si en las descripciones de los productos, además de cuestiones prácticas como medidas, tejidos o antigüedad, indicáramos al futuro comprador la historia del producto?
Me imagino algo así:
Vestido midi rosa (Mango, talla 36). Guardo muy buen recuerdo de esta prenda porque la llevaba puesta el día que conocí a Jaime y también en aquel almuerzo en el que contamos a nuestra familia que íbamos a ser uno más. Consúltame si tienes alguna duda.
Opel Corsa (2004). Clara y yo nos dimos allí el primer beso e hicimos, gracias a él, nuestro primer viaje juntos y muchos otros que vinieron después. Años después, una tarde de otoño estaba apoyado sobre él cuando Clara me dijo que no quería que siguiéramos juntos. También guardo muy buen recuerdo de los sábados que nos llevó a mi hermano y a mí a hacer senderismo. Precio negociable.
Cien años de soledad (2003). Me lo regalaron mis padres por mi cumpleaños. En la página 47 hay una pequeña mancha de café que derramé en la cafetería de la facultad. No recuerdo el día, pero sé que fui muy feliz.
Empaqueto todo eso que empieza a sobrar mientras pienso que los objetos que nos acompañan se quedan, de alguna manera, impregnados de un trozo de nuestra vida. Fueron testigos silenciosos de las risas, de los llantos, de todos esos instantes tan plenos en los que parecía que nunca nada se rompería, hasta que de repente llega ese día en el que piensas que ya, que se acabó, que lo mejor es despedirse. Quizás todo consista, en el fondo, en eso: quedarse con lo bueno y, sin aspavientos, dejar ir.
(*) Hablando de precios, la carta de Terrés sobre lo barato y lo caro en la vida.
(*) Esta historia de Luis Landero en El huerto de Emerson:
Así que toma el arca, y otra vez le hacen una fiesta para despedirlo, y hay lágrimas y abrazos, y en cuanto su figura se borra en la distancia, todos en la pequeña aldea se entregan a la esperanza de su vuelta, y la emoción de la espera es mejor aún que su llegada, porque casi siempre lo imaginado es más gustoso que su cumplimiento, y el desear más que el alcanzar, de manera que, hasta la llegada del viejo marino, viven en vísperas de un gran acontecimiento, de una promesa que siempre superará en portentos a la realidad. No se atreven a decirlo, pero algunos preferirían que el viejo marino no regresara nunca, para vivir todos los días y a todas horas con la ilusión de un regreso inminente.
Gracias por leerme.
Feliz semana.