Más o menos
Existe una expresión extraordinariamente socorrida que sirve tanto para evitar mentir como para evitar decir la verdad. A veces, para las dos al mismo tiempo. La pronuncia la protagonista de Mármol, uno de los inquietantes relatos de Sara Mesa: ¿De verdad escribes?, me preguntó riendo. Sí, más o menos, dije. Siempre digo lo mismo: más o menos. La leo y pienso en el escritor a ratos —casi siempre escritora, por cierto—, como Inés Martín Rodrigo, que tuvo que ganar el Nadal para quitar el dichoso complemento circunstancial de su biografía de Twitter.
Reflexiono e intuyo que decimos más o menos porque protege de las balas. Por prudencia, por apuro, por vértigo. Porque es un punto de partida perfecto para no saber si vienes o si vas, para tener razón y a la vez estar equivocado. También lo decimos los hipócritas con la asertividad en construcción, cuando hablamos y el otro reformula nuestro mensaje mal o incompleto, y nos pregunta ¿es así? y respondemos más o menos porque, claro, no vas a decirle imbécil, no te has enterado de una mierda.
También porque afina expectativas, no vaya a ser que la voz interior, tras una vida luchando por acallarla, al final tuviera razón. Porque nada como ella tamiza lo absoluto y diluye realidades y certezas. Porque es lo contrario a las sentencias, al golpe en la mesa, a la tormenta. Va colocando cuidadosamente los sucesos en una horquilla vaga, se expresa con un trazo fino y deja siempre la puerta abierta. Un más o menos, bien dicho, también es como clavar una sombrilla: cavas con una profundidad u otra según el tiempo que vayas a quedarte.
Pero sobre todo es el traje perfecto para cobardes. Como yo, que siempre bajo los ojos y digo que más o menos he escrito dos libros, que más o menos he ganado dos premios literarios, que más o menos tengo una newsletter. Soy como una niña a la que preguntan la edad, despega con esfuerzo tres deditos y de repente, en un giro insospechado de los acontecimientos, esconde uno, y luego vuelve a sacarlo, y uno se queda para siempre sin saber si tiene dos o tres, como nos quedamos sin saber si alguien —a menudo uno mismo— es más o menos feliz, si más o menos ama y si más o menos vive.
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